jueves, 26 de enero de 2012

Primeros Pasos De miguelito







PRIMEROS PASOS 
A los 4 años, Miguelito, fanático de los Leones del Caracas , ingresaba a la escuela de beisbol David Torres. Casi fue debut y despedida. “Era la primera vez que jugaba. Lo metieron en segunda base y cuando venían a batear, al niño que le antecedía le pegaron un pelotazo. Luego de ver eso, se guindó de la cerca y de allí no lo pudo quitar nadie”, rememora entre risas Gregoria, a quien todos llaman cariñosamente Goya.

Un año duró el susto dentro del cuerpo del aporreador que haría temblar a los mejores brazos del Big Show. “Se ponía a llorar, no quería ir a las prácticas; sin embargo, al ver a los niños entrenar, se entusiasmó y volvió al estadio”, agrega la mamá del ahora jardinero derecho de los MarlinsTigres de Detroit.

Esta etapa fue fundamental para Cabrera, quien nació el 18 de abril de 1983 en el Hospital Central de Maracay. José Torres estima que a su difunto hermano David se le debe mucho de la formación deportiva del grandeliga. Goya coincide con esta apreciación y añade que el tío “era fuerte con él para que entrenara. Nunca le decía que era bueno; en cambio, le repetía que tenía que ponerle más porque aún le faltaba demasiado”.

Su madre confiesa que “la crianza de Miguelito fue un poco dura, con humildad. No exigía nada, comprendía la situación que atravesábamos”.

Miguel Cabrera, su padre, tenía un taller de latonería y pintura; al tiempo que la mamá era ama de casa y ayudaba en las cuestiones del negocio familiar.

Los padres hicieron hincapié en la disciplina del joven y forjaron su espíritu luchador.
“Goya fue muy fuerte con él, lo apretó mucho en el bachillerato”, indica el tío José, quien reconoce la dedicación de su hermana y su cuñado para con su primogénito.

“Su mamá y su papá hicieron cosas que pocos hacen por sus hijos. Todos los fines de semana lo acompañaban al estadio y todo esto es el fruto de sus esfuerzos”, sostiene Simón Astudillo Urbina, vecino y dueño de un restaurante en La Pedrera, que se jacta de conocer al cuarto bate de los campeones mundiales “desde que era un peladito”.

Wilmer Astudillo Mora, comerciante de la zona, rescata que “sus padres siempre lo fueron llevando con mucha educación. A las 9 de la noche estaba recogido en su casa, y cuando no estaba allí se la pasaba en el estadio y, a veces, en la plaza de enfrente”.
En La Pedrera es el único tema de conversación.

Sus afiches cuelgan de las paredes de casas y locales comerciales; mas, no se trata simplemente de la fascinación por el ídolo deportivo, sino el aprecio por el vecino afable, juguetón, bailador de merengue, callado y modesto.
Luis Enrique Correa lo pinta como “un buen muchacho” y revela que en más de una ocasión cruzaba la calle para comprar en su quincalla sus chucherías preferidas y “chocolates para sus amigas”.

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