jueves, 26 de enero de 2012

Se Mantuvo Miguel











TRABAJO FUERTE 
En la escuela de David Torres jugó hasta prejunior (categoría de 9-10 años de edad), dentro de la liga Mario Briceño Iragorry. Cuando ascendió a junior, ingresó al equipo Fanametal en Cagua y más tarde pasó a jugar con Tigritos, dirigido por el scout de los Rojos de Cincinnati Félix Delgado

“El no fue tremendo, lo único es que se la pasaba con la pelota y no pelaba para darle un pelotazo a cualquiera; pero, su familia puso mucho empeño para que echara para adelante”, agrega risueña la abuela Berta.

Frank Torres, primo de Miguelito, lo describe como un muchacho tranquilo. “Para divertirnos jugábamos básquet, futbolito y, cuando tenía juego los fines de semana, visitábamos parques, hacíamos parrillas o nos bañábamos en la playa”, acota este joven de 22 años que también es beisbolista.
A los 13 años, en una charla de sobremesa Miguelito delineó su futuro. Le comunicó a su padre que deseaba convertirse en pelotero profesional y recibió una serena respuesta: “Debes dedicarte a eso y a tus estudios, trabajar bastante para lograr esa meta”, y a partir de ese momento, relata Goya, “comenzó a aplicar ese consejo. Salía del liceo Andrés Bello, donde se graduó, a la 1 de la tarde, almorzaba y después practicaba hasta la 6 pm”.

Para cuidar su brazo, el papá le prohibió jugar voleibol, disciplina en la que resaltó hasta el punto de que le propusieron integrar la selección nacional juvenil de la especialidad.
“Pero él se iba a practicar escondido”, advierte Goya. Por ello, el rostro que acapara las primeras planas de los periódicos venezolanos “cuando ganaba su sexteto, huía de los reporteros gráficos y nunca salía en las fotos para que nosotros no nos enteráramos”. Pronto el beisbol absorbería todo su tiempo. Los éxitos logrados en diferentes certámenes le abrieron un puesto en la novena que disputó el Panamericano de San Luis, EEUU, en 1997.

En ese torneo, José Miguel fue designado campeón shortstop, jonronero, bate, slugger e infield. Gracias a esta actuación, recibió varias condecoraciones en el país, incluido su segundo premio a la excelencia de la juventud aragüeña, y fue llevado por Gilberto Mendoza a la cena anual de la Asociación Mundial de Boxeo en Las Vegas, donde compartió, entre otros, con Evander Holyfield y Larry Holmes.

En Missouri, además de las distinciones, conquistó la atención de los cazadores de talentos de las Mayores. “Eso era un solo corri corri. Del liceo al estadio de La Pedrera. Llegaba el jefe de Toronto, a los tres días uno de los Marlins. Hubo un momento en que los scouts de Venezuela no podían hacer nada porque no sabían cómo calificar a ese pelotero”, narra Goya.

En el día Miguelito deslumbraba a los observadores foráneos y, en las noches, los padres se mantenían en vela. “No dormíamos, estudiábamos las ofertas. Qué pelotero jugaba aquí; qué chance podía tener José Miguel con las organizaciones. Eso lo hablábamos Miguel y yo en las noches, que se nos iban en puro pensar”.

Las cavilaciones culminaron el 2 de julio de 1999, en El Portón de la Abuela en la avenida Las Delicias de Maracay, donde Cabrera sorprendió al mundo del beisbol al firmar con los Marlins de Florida por un bono de 1 millón 800 mil dólares.

“Ese día tuvimos que escondernos, el Hotel Pipo estaba lleno de scouts y agentes, no podías moverte.Tuvimos que irnos a la playa para evadirlos, pero teníamos una visión clara porque los clubes le daban 5 ó 6 años para llegar arriba y, al final, sólo necesitó 4 años”, se congratula Goya, quien asegura: “Pensamos en el futuro de él, no en el dinero”.

Al día siguiente de la firma, los periodistas arribaron a La Pedrera para ubicar al millonario prospecto, que los recibió descalzo, en shorts y sumergido en una montaña de arena junto al palo de almendrón del patio de la casa de la abuela.

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